Aeropuerto Benito Juárez en el DF. |
Una vez más llego de madrugada al Aeropuerto Benito Juárez… una vez más está oscuro, hace frío y tengo sueño… una vez más hago check in y aunque cansada, voy con mucha ilusión como siempre porque cada viaje que hago me apasiona desde que lo pienso hasta que regreso y aún más allá.
Una vez más camino entre las pocas personas que hay a esa hora en un inmenso aeropuerto que es nada más y nada menos que el de la gran Ciudad de México… voy a la sala desde donde partirá mi vuelo, allá entre la primeras puertas, de la uno a la 7 aproximadamente. Luego, entro al baño y una mujer madura me recibe con una sonrisa: “Buenos días!”; y yo, le respondo igual.
Mientras espero a mi hija noto que está de pie y el agotamiento está presente en ella, entonces le pregunto si no tiene un lugar para sentarse, me responde que no, que debe permanecer ahí.
Así comienza una charla desde la que me entero que trabaja toda la noche, que sale cuando ya ha amanecido y va hasta su casa que está bastante lejos de ahí, llega a almorzar y luego se duerme hasta aproximadamente las 4 de la tarde; después de eso come, está un rato con su familia y toma su transporte de regreso al trabajo a eso de las 9 de la noche porque “no me gusta llegar tarde”, afirma.
Me cuenta que descansa un día a la semana y aunque entra hasta las 11 de la noche ella prefiere estar ahí poco después de las 10 siempre.
Así, por la noche mientras todos dormimos, ella limpia “las unos”, que es como llama a las primeras salas del aeropuerto. Tiene descansos, pero definitivamente de dormir ni hablamos, porque “el supervisor pasa seguido”.
Con voz tranquila y amable, me pregunta a dónde vamos y seguimos platicando de cosas… de los hijos, de la noche, del día, del clima. Me muestra orgullosa que esos baños están impecables porque siempre está atenta a cada detalle, incluso “cuando ya terminé, busco si las puertas o las lámparas necesitan limpieza y así se me pasa más rápido el tiempo”, pero además me dice que le gusta que la gente entre y encuentre esos baños así de limpios en su turno.
Aún cansada de no dormir, de limpiar cada noche, de los años, del tiempo, del frío y vaya uno a saber de qué más… Refugio me regala una sonrisa y un pedazo de papel para secar mis manos antes de salir... en aquella fría mañana de enero en el Aeropuerto Benito Juárez de la Ciudad de México.
Miles de gracias a todas y a todos los “Refugio” de los aeropuertos en cualquier parte del mundo!!