Provengo de una familia cafetera. Desde que tengo uso de razón he tenido presente el olor del café de grano recién preparado en las mañanas y las tardes no se imaginan sin su compañía, sobre todo cuando hay sobremesa.
Cuando amas el café en las mañanas...
Mi tía contaba con enorme alegría cómo eran sus despertares con el aroma del café que preparaba su marido muy temprano, y los niños de la familia ya toman café, con leche claro, y distinguen entre uno de grano y el soluble, al que sin empacho le hacen el ¡wuakatelas!
Así las cosas una anécdota de un familiar que ya murió me encanta y es por eso que ahora se las cuento.
Ya mayor en una ocasión enfermó, por lo que acudió al doctor y tras la debida auscultación el médico procede a hacerle algunas preguntas entre las que estaban las obligadas: ¿fuma?, y dijo que no; ¿toma café? A lo que respondió que sí.
Entonces el doctor le pregunta si el café le quitaba el sueño, y él toma unos segundos para pensar y contesta muy convencido: ¡Sí, sí me quita el sueño! Y procede a explicar: Todas las noches preparo mi ollita de café y me sirvo una taza; luego me voy a acostar y pienso: quedó un chorrito de café en la ollita; me levanto, me lo sirvo, lo tomo y entonces sí… a dormir tranquilo.
Siempre he estado convencida de la calidad del café nacional y ahora que he estado en una finca cafetalera y he podido conocer su proceso y datos tan importantes como que si cada mexicano consumiéramos kilo y medio más de café de grano al año se sostendría la industria y bien, dando empleo a un importante número de personas, no me queda más que promover su consumo, el que además tiene grandes beneficios pues te da energía, te permite estar alerta y tener mejor concentración, quita el dolor de cabeza, evita coágulos sanguíneos, reduce el riesgo de padecer Parkinson, entre muchos otros, además de que es el perfecto pretexto para reunirse con los amigos. Entonces... ¿nos tomamos una tacita de café?