Fueron muchos años de espera para ver la Aurora Boreal, de imaginarla y soñarla. Pero no hay sueño que no se cumpla si se persigue con decisión. Fue por ello que un día de otoño llegué hasta Whitehorse sabiendo con certeza que el cielo no me podía fallar.
Alojamiento en Yukon donde ver la aurora boreal
El 27 de octubre de 2014, el vuelo 528 de Air North me llevó hasta Whitehorse, capital de la provincia de Yukon en el norte de Canadá. La primera noche la pasé en plena tranquilidad en el Hotel Gold Rush Inn en el centro de la ciudad. Fue mi tiempo para prepararme porque las siguientes tres noches dormiría muy poco, pero valió la pena cada minuto de desvelo.
La segunda noche fui hasta Northern Lights Resort & Spa, un hermoso lugar con cabañas desde donde se puede ver la aurora boreal. Ese día el cielo de Canadá decidió jugarme una broma, se nubló completamente y no fue posible ver las anheladas “luces del norte”.
La tercera noche la pasé en Sky High Wilderness Ranch y fue ahí, en su Cabaña Aurora donde por fin, incrédula pude verla por primera vez. Esa noche dormí una par de horas y el despertador sonó a las 12 en punto. En medio de la nada, en una rústica y carismática cabaña iluminada con lámparas de aceite, me preparé un té y salí bien abrigada para tolerar los -10°C.
El té se enfrió antes del tercer sorbo. Yo me senté en la terraza a ver el cielo. La luna y las estrellas brillaban y eso era una buena señal, según me dijeron. Entonces, sólo era cuestión de esperar a que llegara “Aurorita”, esa que me hizo viajar más de 6,500 kilómetros desde casa.
El viento soplaba, el frío pegaba duro y dentro de la cabaña tenía lista la cámara montada en el trípode. Entonces recordé los consejos de algunos colegas blogueros que la han visto: "No te desesperes si no logras las fotos, mejor dedícate a disfrutarla porque no es nada fácil captarla".
Cerca de la 1 am el cielo se comenzó a iluminar y algunas luces claras salían detrás de la montaña. Entré rápido, saqué la cámara, la emoción y la oscuridad me hicieron tropezar más de una vez. En la terraza acomodé (mal) la cámara e intenté tomar una imagen según las indicaciones que me habían dado, las primeras pruebas fueron un total desastre. Entonces me dediqué a verla simplemente… verde, grande, lejana… Después, probé de nuevo sacar alguna imagen y tanto el lente como el trípode se habían congelado y no pude moverlos. Con todo y eso, tomé un par de fotos.
Cerca de la 1 am el cielo se comenzó a iluminar y algunas luces claras salían detrás de la montaña. Entré rápido, saqué la cámara, la emoción y la oscuridad me hicieron tropezar más de una vez. En la terraza acomodé (mal) la cámara e intenté tomar una imagen según las indicaciones que me habían dado, las primeras pruebas fueron un total desastre. Entonces me dediqué a verla simplemente… verde, grande, lejana… Después, probé de nuevo sacar alguna imagen y tanto el lente como el trípode se habían congelado y no pude moverlos. Con todo y eso, tomé un par de fotos.
Como buena mujer, la Aurora Boreal es caprichosa, así que nadie sabe a qué hora aparecerá o si durará mucho o poco danzando en los cielos. Esa ocasión fue benevolente conmigo y me regaló unos 40 minutos de bellas luces.
Hasta ahí, yo estaba feliz porque la había visto; sin saber que Whitehorse me reservaba algo aún mucho mejor para la siguiente noche, la de la despedida.
La última noche llegué hasta Sundog Retreat y en una cabaña muy iluminada, amplia y cómoda me instalé. Pasaba media noche cuando salieron las “luces del norte”, tímidas, rápidas y apenas para tentar a quienes las aguardábamos.
Gran emoción!!
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Nuevamente era una noche estrellada, con luna brillante y -8°C en el exterior. A lo lejos pude ver que había un par de grupos de personas que esperaban también.
Yo me asomé varias veces por la ventana, salí en busca de ellas y nada. Así que luego de las 3 de la mañana decidí ponerme la pijama. Dejé guantes, gorro, chamarra, pantalón y botas para la nieve listos para ponérmelos encima en cuanto fuera necesario.
Comencé a dejar lista mi maleta porque viajaría por la mañana de regreso a casa. Poco después comencé a escuchar fuertes exclamaciones, el asombro de todos afuera se hacía sentir, miré por la ventana y sí, había llegado…
Salí corriendo, mis pies se hundían en la nieve mientras la luz me seguía en el cielo. Dos enormes olas verdes avanzaban lentamente iluminando la madrugada. Me detuve en medio de ese inmenso campo blanco y supe lo que es pasar de tiritar de frío a temblar de emoción. Ahí estaba, por fin… mejor de lo que la imaginé, imponente, enorme, luminosa, celestial y verde, la gran señora de los cielos, la Aurora Boreal.
Mis ojos se llenaron de luz y de agua. Y sólo me dediqué a verla… a disfrutarla, porque la esperé tanto que nos merecíamos ser solamente ella y yo aunque fuera por unos minutos.
Coloqué la cámara y el trípode se hundía también en la nieve, fue difícil encontrar base pero logré captarla. Aunque sin duda alguna la mejor imagen que tengo de ella es la que llevo en el recuerdo. Ese que hace recorrer un leve escalofrío por la piel y humedece mis ojos, porque eso ocurre cuando un sueño tan deseado se cumple ¡Gracias Canadá!
Innolvidable! |