Luego de tanto tiempo, por fin regresé a Michoacán en un viaje que sería de tan sólo tres días y terminaron siendo cinco. Comprobé que es un estado con color, tradición, cultura y que la gente está dispuesta a recibir al visitante con alegría y buen servicio. Hoy, Michoacán está de pie y con la mejor disposición de mostrar al mundo su belleza, pues claro... si bien dicen que es el Alma de México.
Michoacán está juntito a Guanajuato, que es donde yo vivo, así que una muy buena carretera de cuota nos permitió llegar hasta Morelia en tan sólo 2 horas desde Guanajuato capital. Y de ahí, seguimos un poco menos de una hora para llegar hasta Pátzcuaro.
Michoacán es un estado donde la lengua purépecha aún se escucha por algunos lugares, donde se guarda respeto a Vasco de Quiroga y donde convive el pasado y el presente con todo lo que le involucra: cultura, historia, gastronomía y mucho más. Sus mercados son una delicia, su artesanía es digna de exhibición, su arquitectura es para contemplarse y su comida ni se diga, pues hay que recordar que algunos platillos michoacanos fueron de los que se presentaron para lograr que la gastronomía mexicana obtuviera el título de Patrimonio Cultural Inmaterial de la Humanidad.
En fin, hasta Pátzcuaro llegué de tarde y me encontré con un pueblo alegre, terracota y blanco y con gente amable. Poco tiempo bastó para que ese pueblo me atrapara y entonces comencé a lamentar el poco tiempo que dispuse para su visita, pero volveré con calma. Ahí me hospedé en el Hotel Mansion Iturbe, que se encuentra justo frente a la plaza principal, que lleva por nombre Vasco de Quiroga. Comí riquísimo en el Restaurante Doña Paca y compré artesanías, además de pasear por su buena cantidad de atractivos.
Al siguiente día fuimos a Morelia, un cálido recibimiento en el Villa Montaña, miembro de Hoteles Boutique de México, nos hizo sentir enamorados de la ciudad. Luego fuimos en un tour con Octavio Ramírez Cendejas, que es un gran guía; recorrer parte de la ciudad a su lado nos hizo apreciar mucho mejor los detalles. Ese día, que era sábado, lo concluimos viendo la iluminación de la Catedral y una cena en el Restaurante Los Mirasoles.
Un día más lo dedicamos a pasear por Tzintzuntzan y quedé encantada con su antiguo convento franciscano de Santa Ana. Luego visitamos Zirahuen Forest y pasamos una entrañable tarde llena de aventura, y tuvimos una comida riquísima en su Restaurante La Troje.
El último día completo lo pasamos en Morelia y aprovechamos para regresar al centro, visitar varios de sus atractivos, comprar dulces y disfrutar porque el día estaba precioso. Esa misma tarde la dedicamos a tener una comida inolvidable en el Restaurante San Miguelito y conocer el proyecto de las cocinaras tradicionales de Michoacán.
No cabe duda que Michoacán tiene alma y mucha, habrá que regresar para conocer mejor de lo que ofrece al los visitantes y yo por mi parte, les iré contando a detalle sobre cada uno de los sitios que conocí en los siguientes días.