Desde hace mucho tiempo tenía ganas de conocer República Checa y ahora que lo he cumplido sólo puedo decir que fue mejor de lo que imaginé, mucho mejor de lo que esperaba y sólo me resta agregar que es un país maravilloso que me trasladó a otras épocas, me dio recuerdos que guardaré como el mejor de los tesoros y por supuesto que espero regresar.
Mi paseo por República Checa inició volando con Lufthansa desde la Ciudad de México a Frankfurt y de ahí a Praga; y desde que puse el primer pie en el Aeropuerto de Praga, que desde hace pocos meses se llama Aeropuerto Václav Havel (nombre del primer presidente de ese país luego de la Revolución Terciopelo), sabía que sería un viaje fantástico. La terminal aérea es grande, más no enorme, muy bien organizado, con salas de relax y wifi gratuito por 15 minutos.
Llegué por la mañana y una ligera nevada me dio la bienvenida y nos acompañó hasta el primer hotel que sería mi hospedaje durante este viaje, el hermoso Kempinski que está muy cerca de la Torre de Pólvora. Luego de instalarme comencé a recorrer la Ciudad Vieja, el Barrio Judío y sus sinagogas y así hasta llegar a la Torre del Reloj, la que todo visitante a Praga debe ver y esperar a que toque la hora exacta para presenciar la salida de los apóstoles.
Al día siguiente fui a conocer un pueblo encantador y tranquilo, Kutná Hora, que está a tan sólo 60 kilómetros de Praga y donde pude conocer el templo de Santa Bárbara, la Galería de Bohemia Central, que se encuentra donde fuera el Colegio Jesuita, el Puente de Carlos, la Corte Italiana, la Basílica de la Resurrección de la Virgen y el impresionante osario. El almuerzo fue con un platillo tradicional a base de carne de jabalí, y para beber… obviamente cerveza, en el restaurante Dacicky. Por la noche, al regresar a Praga pude presenciar la encendida del árbol de Navidad y apertura del mercadillo navideño en la Plaza de la Ciudad Vieja. Para la cena, opté por hacer probete de todo lo que encontré a mi paso.
El domingo llegó y hasta Cesky Krumlov fui. Lo más difícil fue aprender a pronunciar este nombre, porque tuve que hacer repetidos intentos hasta lograrlo, la guía dijo que lo estaba bien, pero me queda la duda si supe decirlo o se apiadó de mí y dijo que lo hacía perfecto, prefiero pensar lo segundo. Visitar Cesky Krumlov es mucho más que recorrer una pequeña ciudad, es trasladarse a la época medieval, al lugar preferido de alquimistas y donde se siente una vibra especial pues dicen que está lleno de fantasmas. Ubicado en Bohemia del Sur, Cesky Krumlov es Patrimonio de la Humanidad desde 1992.
Entre el frío, la nieve, las narraciones y caminatas, visité el castillo, el Museo Regional, Egon Schiele Art Centrum, y pasé a almorzar a una taberna muy al estilo Medioevo llamada Na Louzi, con platillos tradicionales y cerveza, por supuesto.
El lunes me despedí del gran servicio del hotel Kempinski y fui hasta la sobriedad, elegancia y delicia del hotel Augustine, que está muy cerca del Puente de Carlos. Aprovechando el soleado día en Praga visité el Barrio Chico, el Castillo de Praga, el Museo de Franz Kafka y caminé por las carismáticas calles de esta ciudad haciendo algunas compras de dulces, marionetas y cosméticos de qué creen? Cerveza!
El martes me llevó hasta el lugar que fue mi favorito, Karlovy Vary (mucho más fácil de pronunciar). Los paisajes narnianos hasta llegar allá me anunciaban que conocería una ciudad encantadora. La primera parada fue en la fábrica de cristal Moser, donde por supuesto me quedé con la boca abierta con la belleza de sus piezas, con razón son las que usa la realeza y presidente de tantos países. Impresionante su forma de trabajar, la tradición, su historia y todo lo que le rodea. Más tarde llegué hasta el Museo de Becherovka, vaya qué licor tan sabrocito, fuerte y hasta se le atribuyen beneficios para la salud. El almuerzo fue en el icónico Hotel Pupp.
Recorrer la ciudad, probar las obleas, ver a la gente con su vasito en mano beber las aguas sanadoras de Karlovy Vary y apreciar la arquitectura mientras conocía la interesante historia que le rodea, pronto me hizo sentir tan bien, que de buena gana me instalo ahí por un mes entero.
Llegó la noche y el cierre fue con broche de oro, cenando en el Restaurante CottoCrudo del hotel Four Seasons de Praga. No podía ser mejor!!!
Así, llegó el final del viaje y junto con ropa y regalitos para la familia, metí mis recuerdos bien acomodaditos en la maleta para que llegaran intactos a casa y poderlos revivir cuántas veces quiera.
De todo esto les iré contando a detalle en futuros post para que preparen su viaje a República Checa y yo, siga soñando con volver.